miércoles, 1 de abril de 2015

El fin del desastre mundial.

Lo nuestro no duró ni tres telediarios,
pero fueron las noticias más bonitas de mi vida.

Porque mientras follábamos,
fuera de aquella habitacióntrinchera
habían puesto en marcha
un protocolo de evacuación
para prevenir a otras parejas
del peligro de quererse tan fuerte
como nosotros.
Y desalojaron cines
parques
y poemas
donde habíamos estado queriendo
nos o a otros
(todo era poco
para evitar réplicas).

De madrugada comenzó el barullo
cuya algarabía parecía querer hacer competencia a nuestros gemidos.
Luego supimos que los causantes
eran millones de periodistas acampados
delante de aquella trincherahabitación
de la que no teníamos intención de salir
en mucho tiempo
(y, durante aquella espera, a algunos
incluso les dio tiempo a enamorarse).

Habían llegado de todas partes
para averiguar cómo habíamos conseguido
provocar tanto ruido desde aquel,
nuestro rinconcito de planeta.
Tanto ruido que el silencio reinó en el resto
donde paró el sonido de sirenas
y comenzó una huelga de guerras
solo para escucharnos follar.

Y al intentar salir de aquel lugarparaíso
en busca de tostadas
y café para ti,
después de horas de querernos,
los enamoperiodistas
nos volvieron a meter a empujones
“Haced lo que fuera que estuvierais haciendo”,
decían.
“Lo que sea,
pero repetidlo
no paréis nunca de hacerlo.”
Y lo hicimos,
no por obediencia
sino por gusto.

Finalmente, un día,
cuando se terminó el café
y te desenamoraste,
descubrimos que la causa de todo aquello
es que habíamos conseguido que soldades
parasen para escucharnos
se pusieran tiernes
soltasen armas
y llorasen recordando a sus amantes
convencides
-gracias a mí, con mis gemidos
y a ti, con tu risa de paz mundial-
de que eran más efectivas nuestras embestidas
que sus más potentes bombas.

Pero las multinacionales antisentimentalistas
dejaron de fabricar café;
a la gente seria
y de corazón dinero
no les interesan los poemas
ni el amor.