Ella odiaba mi desastre romántico-anárquico
mis “me apetece verte, pero dejémoslo al azar”
y que olvidase sus mensajes después de leerlos.
Amaba mis poemas
pero no la clase de amor que los inspiraba.
También me adoraba sin soportarnos ni a mí
ni a mi licencia para amar a cuantos me plazca
a la vez y sin restricciones.
Le gustaba mi voz
tornada en susurros
aunque solo si le hablaba a ella.
Y yo,
teniendo que elegir entre su compromiso y la libertad,
la dejé volando a solas.
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